Maritza L. Félix

Periodista

@MaritzaLFélix

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ARIZONA – Asilo: Lugar inviolable. Refugio: Acogida, amparo. Dos palabras con la misma definición, pero con millones de facciones que les dan otro significado: Desesperación. Cuando uno tiene miedo, no hay lugar seguro. Cuando uno escapa, lo persiguen los recuerdos. Cuando uno tiembla, la necesidad se cuela. Cuando uno llega, la realidad lo devuelve. Estados Unidos ha cerrado las puertas; aquí, los perseguidos no son ya bienvenidos.

Miles de centroamericanos están varados en México con la esperanza de cruzar a Estados Unidos por lo derecho. Se amontonan en albergues y garitas. Esperan, porque no les queda de otra. Aguardan por algo que hoy pareciera inalcanzable. “Si hubiera pasado ayer”, piensan; ahora ya es tarde: ¡Maldición! El gobierno estadounidense ha “modificado” los términos del asilo; ahora, ser refugiado es casi un estatus social, un lujo o una medalla al sufrimiento.

Con las políticas nuevas publicadas e implementadas de inmediato el martes, solo unos cuantos califican para obtener ese beneficio migratorio en la Unión Americana. Las regulaciones de la administración Trump han creado un purgatorio migrante y se llama México. Es decir, Centroamérica es el infierno y Estados Unidos, el cielo; los kilómetros en medio son el limbo, un lugar para purificarse antes de alcanzar la gloria, un sitio en el que se atrapan las almas de los migrantes buenos y malos que jamás llegarán.

De acuerdo a las reglas de asilo nuevas, los migrantes que hayan pasado por un tercer país en su camino a la frontera sur de Estados Unidos ya no serán elegibles. Es decir, el solo hecho de pisar México, aunque sea una parada obligatoria, los descartaría. Una movida cruel, pero inteligente. Después de presionar a los mexicanos para frenar de tajo el cruce migratorio, ahora el presidente Trump los fuerza a quedarse con ellos.

México no es un aliado en esta regulación, a pesar de que sus ciudadanos no tendrían que enfrentarse a este proceso tan selectivo de extranjeros que buscan protección en territorio estadounidense. Ellos van directo de A a B. Pero no representa, de ninguna manera, un triunfo. México no se salvó de pagarle aranceles al gobierno de Estados Unidos; no lo quiere admitir, pero entrega tributo con intereses: la cuota no se paga con dólares, sino con familias centroamericanas migrantes.

El presidente Trump tiene colmillo. Dio el golpe bajo del asilo justo cuando la atención estaba centrada en la incertidumbre de las redadas.

Como el muro, la amenaza de una operación policial masiva fue una llamarada de petate. En Estados Unidos viven más de 12 millones de indocumentados, muchos de ellos con orden de deportación en mano. Han peleado sus casos y han aplazado el regreso con la esperanza que se apruebe una reforma migratoria que les permita regularizar su estado. Saben que pueden ir por ellos. Las órdenes de aprehensión y remoción tenían nombre y domicilio, no había nada al azar. Eran, según las mismas autoridades, poco más de dos mil; la mayoría con antecedentes penales.

Pero la mera posibilidad de una redada masiva despertó el miedo. Los de adentro buscaban protección dejando a los de afuera a la buena de Dios. En ese descuido, Trump volvió a atacar. Lo hizo con todas las de la ley y sin necesitar al Congreso. Lo hizo con alevosía, como cuando quiere salirse con la suya. Lo logró, otra vez. Un paso más cerca de la reelección. México le está ayudando a saborearse un segundo término. Astuto.

Maritza L. Félix es una periodista, productora y escritora independiente galardonada con múltiples premios por sus trabajos de investigación periodística para prensa y televisión en México, Estados Unidos y Europa.