El pasado 29 de octubre, mi padre, David Carrillo González, hubiera cumplido 100 años. Murió el 16 de diciembre de 2015, a los 95 años, 75 de los cuales, los dedicó al periodismo, específicamente a hacer caricaturas, a expresar sus agudos puntos de vista por medio del humor, que era lo que más amaba y lo hacía feliz.
También fue un estupendo retratista y amante de la música mexicana (en especial del bolero) y el jazz. Bohemio de corazón, le encantaba recorrer el mundo y era el mejor para contar historias de todo tipo, particularmente las familiares.
Mi padre, mi ejemplo
Mi papá era un hombre muy sabio, culto y justo. Sus lecciones de vida eran únicas, así como sus regaños. Mis primeros recuerdos de él se remontan a mi muy temprana niñez, de la mano de él o siguiéndolo por todas partes. Me encantaba sentarme en el suelo de su estudio cuando pintaba retratos o hacía sus caricaturas. Cada vez que le preguntaba qué estaba haciendo o si le faltaba mucho para terminar, me daba un libro de sus artistas plásticos favoritos y así fue como conocí a Velázquez, El Greco, Rivera, Orozco (su favorito), Frida, Siqueiros, Goya, Da Vinci, Miguel Ángel, Picasso, Miró, Rafael, los impresionistas y muchísimos más. Al principio era solamente ver las fotos de las obras y después leer la vida de todos estos genios del arte. Quién iba a decir que años después, iba yo a estar frente a estas obras en los mismos museos que él visitaba.
La primera vez que fui al Museo Del Prado, en Madrid, España y vi el “Cristo” de Velázquez, que tanto le gustaba a mi papá, lo llamé llorando en ese momento, llena de una emoción indescriptible. Simplemente me dijo “mijita, ahora ya sabes lo que significa la frase El amor al arte”.
Cuando cursaba el segundo grado de primaria, mi maestra me regaló el libro “Los Tres Mosqueteros” de Alexandre Dumas. Mi papá se sorprendió al ver que lo leí en menos de una semana y decidió comprarme “El Principito” de Antoine de Saint-Exupery. Esta obra me llevó más tiempo, porque no entendía varias cosas y mi papi se armó de paciencia para explicar todas mis dudas. Es uno de mis libros de cabecera que aún conservo. Después me introdujo a las biografías de pintores muy famosos, escritas por Emilio Zolá e Irving Stone. “Anhelo de Vivir” (Stone), basada en la vida de Vincent Van Gogh se convirtió en mi obra favorita. Posteriormente, me hizo leer a los clásicos griegos y romanos (obras completas y sus mitologías). En mi casa había una biblioteca muy extensa y pronto comprendí que el recorrido, de la mano de mi papá, iba a ser muy, pero muy largo. Además, cada año compraba las enciclopedias que salían al mercado y se convertían en libros de consulta obligada. Si le hacíamos cualquier pregunta relacionada con la escuela nos decía “a ver qué dice doña enciclopedia”.
Por esa época, mi papá fue diagnosticado con una enfermedad relacionada con la presión arterial debido al estrés y su gran amigo y doctor de cabecera, Raúl Fernández Troncoso, le dijo que todos los fines de semana se fuera a Cuernavaca a descansar, de viernes a domingo. Yo lo acompañé todo el tiempo, mi mamá nos alcanzaba con mis hermanos los domingos en la mañana. Nos quedábamos en un hotel del zocalito. Él en verdad trataba de descansar, pero mi ansiedad infantil no lo dejaba. Un día me explicó por lo que estaba pasando y me dijo que si no lo dejaba dormir, ya no me iba a llevar. Terminé durmiendo yo también. Por las tardes, salíamos a caminar y a comer. Nos sentábamos en las bancas del parque y él se ponía a hacer apuntes del lugar, de la gente, de la vegetación, de todo lo que le llamaba la atención. Ese tiempo de calidad con él, lo atesoro.
Sabio, culto y justo, inculcó en mis hermanos y en mí, el ser muy respetuosos con toda la gente, saludar de mano (apretón firme) y aprender de todos, sin importar las clases sociales. Aprovechaba para contarnos su historia, de cómo trabajó desde chamaco para ayudar a mis abuelos. Su padre, el doctor Refugio Carrillo, murió cuando él tenía dos o tres años y mi abuela Elvira (de la cual heredé el nombre) contrajo segundas nupcias posteriormente con el teniente coronel José María González, ex “Dorado” del ejército de Francisco Villa y quien se dedicó a trabajar como minero hasta que se retiró. Pertenecía a los “Veteranos de la Revolución Mexicana” y viajaba todos los años a un evento que organizaba el gobierno y llegaba a la casa muy contento con una bolsa llena de golosinas y “regalitos” que les daban. Nos contaba anécdotas de “mi general Villa” como lo llamaba y se levantaba cada vez que decía su nombre, haciendo el saludo militar.
Mi abuelito Chema nos decía que su hijo David, siempre había sido muy trabajador “desde chiquito” y que lo llenaban de orgullo todos sus logros.
Muchas veces he tratado de imaginar su historia, la de ese niño al que apodaban “El Prieto”, que lustraba zapatos en Monterrey, NL, para contribuir con los gastos de su hogar, como el hijo único que era. A la edad de 13, iba a la escuela y en sus ratos libres “trabajaba” como bolero en la estación de trenes, donde se ganaba la simpatía de los “clientes” que gustosos aceptaban sus servicios.
Un día conoció a un hombre, que no recuerdo quién era, ni cómo se llamaba, que se quedó muy impresionado con el pequeño, que le contó que su tío Chano le estaba dando clases de pintura y grabado y que su sueño era irse a estudiar Artes Plásticas a la Ciudad de México. El “tío Chano” era nada más y nada menos que el afamado pintor y escultor regiomontano Crescenciano Garza Rivera (1895-1954), su primer maestro y uno de sus mentores. Entre sus obras más famosas están los murales que se encuentran en la Fundidora de Monterrey y en La Casa del Campesino, el edificio civil más antiguo de la capital regiomontana.
El hombre quedó muy impresionado con la precocidad del niño David y le prometió que iba a mandar por él en dos años para llevarlo a la capital del país y ayudarlo a hacer realidad sus sueños. Y le cumplió. Mi papá llegó al DF a terminar sus estudios reglamentarios para ingresar después a la renombrada escuela de pintura Academia San Carlos (becado por la Secretaría de Educación Pública y la Presidencia Municipal de Monterrey), incubadora de grandes artistas como él y con maestros de la talla de Diego Rivera y Gerardo Murillo, el “Dr. Atl”, entre otros. Ahí estudió varias técnicas que lo apasionaban, como la pintura al óleo y los apuntes al carbón.
Síntesis de su vida
- Nace en Villaldama, Nuevo León, el 29 de octubre de 1920.
- Muy joven inicia sus estudios de pintura con el artista regiomontano Crescenciano Garza Rivera, quien lo alienta a estudiar en la prestigiosa Academia de San Carlos, en la Ciudad de México, a donde llega becado.
- Vive durante 20 presidencias, desde Adolfo de la Huerta hasta Enrique Peña Nieto.
- Trabaja durante 75 años, en los principales periódicos y revistas de México, creando miles de caricaturas, retratos que documentan el acontecer diario del país.
- Participa en la primera temporada del programa de televisión `Duelo de Dibujantes∫ alternando con otros destacados caricaturistas como Ernesto García Cabral, Alberto Isaac y Rafael Freyre.
- Realiza los retratos oficiales para las campañas presidenciales de Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría Álvarez y José López Portillo.
- Realiza cientos de exposiciones en casi toda la República Mexicana, en Estados Unidos y en Canadá.
- Publica seis libros: ™Monos, Monitos y Monotes∫; ™Recordar es Reír∫ (Tomos I, II y III);™Historia en Caricatura∫ para celebrar sus cincuenta años de trabajo; ™Memoria y Olvido∫ retratos de la semblanza de su hija, la escritora Marina Azuela.
- En 2001, la Lotería Nacional, honró su trayectoria como caricaturista, emitiendo una billete con su imagen.
- Recibe dos Premios Nacionales de Periodismo. En 1985, por un cartón publicado en 1984 y en 2015, por su trayectoria periodística de 75 años.
- Muere el 16 de diciembre de 2015, a los 95 años de edad.
Durante su época de “estudiante pobre”, como él decía, se va becado a París con varios compañeros, con los que después de un tiempo de estudios y parrandas, se quedan sin dinero para regresar a México. Un día de suerte, por casualidad, coinciden con uno de los cómicos mexicanos más famosos de entonces: Jesús Martínez “Palillo”, quien se compadece de ellos y les compra los boletos de regreso a casa.
Ya en tierra azteca, el joven David empieza a recorrer todos los teatros y carpas más populares para hacer retratos y apuntes de los artistas del momento y así ganarse “unos centavos” y seguir en la profesión, que ya traía arraigada en las venas.
Realiza algunas portadas de revistas, gráficas e ilustraciones para productos de mercadotecnia.
Su primer trabajo “fijo” como caricaturista fue en El Universal, publicando sus cartones diarios por más de 20 años , para después seguir su camino en publicaciones como ABC, Revista de Revistas, El Sol de México, Excélsior y El Heraldo de México, por mencionar algunos.
Sus temas siempre estaban relacionados con el acontecer diario del país. Muy bien pensados, agudos y muy bien elaborados. Con un estilo único, sin copiar a nadie. El famoso escritor portugués, Antonio Rodríguez, lo describe muy bien en el Prólogo que escribió en uno de sus libros:
“David Carrillo nunca ha aceptado ser caricaturista en el sentido negativo en que muchos lo son. Él no transforma las virtudes en defectos ni los defectos en monstruosidades. Dice lo que ve con optimismo, con sano humor y siempre con más ganas de engrandecer, que de humillar. Nunca ha sido ‘anti’ por regla general, siempre está en ‘pro’ de algo: de México y de sus hombres, de las cosas nobles y de la humanidad”.
En 1945, pinta un cuadro estilo mural, encargado por la Legión Panamericana, en el que plasmó entre otras las figuras a George Washington, José Martí, Hidalgo, Morelos, Juárez, Chian-Kai-Chek, De Gaulle, Manuel Ávila Camacho, Roosevelt, etc.
Dicha obra se tituló “Fraternidad Continental” y fue obsequiada al entonces presidente Franklin D. Roosevelt, por el gobierno de México y la Legión Panamericana. He tratado de localizar este cuadro en Estados Unidos y no he tenido suerte.
En 1960 dibuja una caricatura de Fidel Castro, pronosticando su afiliación con el partido comunista, antes de la invasión de Bahía Cochinos, dio la vuelta al mundo. Recuerdo que mi papá nos platicaba que lo empezaron a amenazar de muerte y por meses, hubo policías apostados a la entrada de nuestra casa.
En esa época conoce al afamado caricaturista Ernesto García “El Chango” Cabral, quien se convirtió en su mentor y amigo entrañable. “El Chango” adoraba a mi papá, cada vez que lo veía lo pellizcaba en las mejillas y le decía “Carrillito, cómo te quiero, eres mi favorito”. Llegaba a la casa muy seguido, siempre con un cigarro encendido, y su pelo alborotado, se subía al estudio a ver que había de nuevo y después bajaba a saludar a la familia. Se quedaba horas y las charlas eran interminables.
Otros amigos muy queridos a los que llamábamos “tíos” fueron Ernesto Guasp, Bismark Mier, Abel Quezada, Alberto Isaac, Alberto Huici, Eduardo del Río (Rius), Ángel Zamarripa (“Facha”), Jorge Carreño y Rafael Freyre entre otros muchos que se me escapan de la memoria. Manuel Campos Díaz (“El Pelón”), excelente epigramista de Excélsior, era compadre y el mejor amigo de mi papá. Compartían un pequeño despacho en Reforma #12, lleno de fotos, apuntes, colillas de cigarro y recortes de periódico. Un olor un fuerte a café viejo invadía todo el espacio. Cada cosa tenía una historia propia que contar, como unos jamoncillos con forma de fruta que me comí sin saber que habían sido regalo del presidente en turno y mi papá los guardaba como recuerdo. Ahí llegaba yo con él de vez en cuando. Hacía su cartón y lo esperaba paciente, fascinada con todo lo que había a mi alrededor. En una ocasión, al ir a entregar su caricatura al periódico, me llevó a ver las rotativas. Se me hicieron gigantes e imponentes (tenía 6 años). Me preguntó si podía oler la tinta y le dije que sí. Me contestó “pues ese olor jamás lo vas a olvidar, se te va a quedar en las venas”. Su comentario se volvió una predicción, porque decidí seguir la carrera de periodismo, por la gran admiración que tuve, y tengo, por el trabajo de mi papá.
El otro compadre fue Carlos Estrada Lang, gran periodista y muy querido amigo.
Las idas “al Centro” (al despacho y a entregar su caricatura) terminaban en el Café La Habana, uno de mis lugares favoritos, ubicado en la esquina de Morelos y Bucareli, donde asistían diariamente muchos de los periodistas más destacados de México, ya que varios periódicos se encontraban muy cerca de este lugar. Mi papá siempre encontraba conocidos y las pláticas y opiniones, acerca de los temas del día, se desarrollaban alrededor de una mesa llena de tazas de café y cestas llenas de pan. Yo pedía banderillas, enormes y deliciosas, y los escuchaba muy entretenida.
Muchos años después, fui yo la que iba a este lugar a reunirme con amigos y colegas cuando trabajaba para Novedades. Las pláticas eran las mismas con diferentes personas. Las mismas cestas de pan y el mismo café. Las mismas banderillas.
Gran anécdota con Diego Rivera
Mi papá era un hombre de corazón abierto, apreciaba especialmente a Diego Rivera, que lo llamaba de vez en cuando para saludarlo. Un día nos lo encontramos afuera de la sucursal de un banco en Félix Cuevas y Avenida Coyoacán, enfrente del hospital del ISSSTE. Cuando Diego vio a mi papá, le preguntó que si le podía prestar dinero y mi papá le respondió que sí. No supe cuál fue la cantidad, pero Diego le dio un apunte y le dijo: “con esto quedamos a mano, ya no te debo nada”. Mi papá se empezó a reír y le contestó “claro que sí maestro, muchas gracias”. Lo único que pensé fue que ese, era el señor que estaba en uno de los libros que tenía en su estudio.