Salvador Reza
Phoenix, Aztlán
srza@aol.com
602.446.9928
(Donde vive el espíritu de la verdad)
“Estamos en la escuela de la madre tierra”, dijo uno de los mensajeros Arhuaco, mientras el mundo entero en cuarentena se agazapaba como fiera asustada esperando que la peste se pasara sin que se lo llevara entre el hocico babeando de pestilencia virulenta.
Al pasar, la peste, dejaba su baba en las puertas, en las paredes, en las ventanas, en casas adornadas de blanco y con cámaras de seguridad con sensores de temperatura para que no entrara nadie.
Antes todos le temían a los perros rabiosos con colmillos gruñendo o ladrando obscenidades desde casas blancas y cuidadas por guardias entrenados mejor que los perros para fulminar cualquier intruso.
Pero esta peste ni ruido hace, solo deja su baba podrida en el aliento de la arrogancia y la enajenada realidad humana que no supo ni como ni porque quedaban cuerpos tendidos desde China hasta África, desde Alaska hasta La Patagonia, del Polo Norte al Polo Sur y cada rincón de la madre tierra.
“El miedo no anda en burro”, dice un refrán muy trillado; no, ahora se pasea por avión, por tren, por autobús, y camina muy campante por centros comerciales, se pasea por Nueva York, Lóndres, Hong Kong, Buenos Aires, Bogotá, Ciudad de México, Los Ángeles, y reside lado a lado de Donald Trump en Washington D.C.
Ya hospitalizó al ministro de Inglaterra, envío a casa los expertos de seguridad de salud de la Casa Blanca y trae al Donald Trump caminando con pañales, “por si las moscas”.
Andan tan preocupados que ya no pueden ni pensar coherentemente; mandan soldaditos mal pagados de tercera a invadir Venezuela, pero primero lo anuncian al mundo entero desde el capitolio, como si Venezuela estuviera manco.
Y los países con los que contaban para cuchilear perros policías, están apestados, y temen salir por que la baba de la peste se pega en la respiración y llena de mocos los pulmones y las vías respiratorias de los soldados.
Los buques de guerra con los que amedrentan son incubadoras de virus y las tripulaciones no pueden ni salir de sus camarotes, ya sea porque tienen miedo o porque no pueden ni respirar.
Los poderes económicos se desploman, mientras el aire limpio vuelve a recuperar Los Ángeles, Nueva York, Lóndres; los delfines vuelven a Venecia y las playas se llenan de la naturaleza ahuyentada por la invasion de la mal llamada civilización humana.
¿Pero aprenderemos la lección? No creo que Donald Trump y los políticos sean buenos estudiantes. Menos las corporaciones que como vampiros chupan la energía de la madre tierra y pagan a los políticos para lavar cocos en elecciones antidemocráticas para impulsar sus intereses.
¿Y nosotros aprenderemos la lección? ¡Quién sabe!
Las religiones organizadas que siempre han sido el arma espiritual de los invasores al verse afectados por La Peste se lanzan al mundo virtual para conseguir dinero que les mantenga su status económico.
Ven la peste como una oportunidad y no como una tragedia, pero en resumidas cuentas, si no sabemos entender la lección de la Madre Tierra con esta pandemia, seguiremos poniéndole tachuelas para reírnos de su dolor, cuando amablemente nos da de comer, nos enseña, y nos chipilea.
Va llegar el día que la saquemos de su buen humor y cierre la escuela: dirá, basta de abusos, insultos, y niños mal criados. Entonces La Peste se transformara en huracanes, maremotos, y limpieza mundial.