Por Valeria Fernández
Hace unos días alguien me preguntó: “¿Cuándo supiste que estabas embarazada? ¿El día que lo publicaste en Facebook?” Y me reí porque ese día ya llevaba 3 meses de embarazo, y porque lo supe desde el día 28 de mi ciclo, y lo esperaba desde hace un año. Y lo quería desde que tengo memoria.
Por eso cuando la doctora de fertilidad me dijo: ¿Por qué te esperaste tanto? Casi me pongo a llorar. ¿Qué iba a contestarle? Siempre pensé en ser mamá en pareja y pasaron 38 años hasta conocer a alguien que me haría soñar con tener una familia. Me cansé de escuchar a la gente comentar que no era mamá porque había elegido mi carrera en el periodismo o porque no me gustaban los niños.
El camino no fue fácil y pocas veces las mujeres hablamos de eso. Cuando alguien quiere quedar embarazada parece que nacen niños por todos lados menos con una. Cuando tu doctora te muestra un chart que dice que tus ovocitos están viejitos, que tienes una cantidad reducida para tu edad y en lo que te parece una cuenta contra reloj cada mes bajan más de calidad, llegas a sentirte rota. Conscientemente no te lo permites, pero inconscientemente te carcome. Y solo es a través de las palabras y las voces de otras mujeres que empiezas a darte cuenta de que no estas sola. Hay alguien por ahí que lleva intentando 3 años y se ha hecho varios in vitro, hay alguien más que tuvo que operarse porque tenía endometriosis y no lo sabía (y yo reconozco que hasta hace poco no sabía lo que era). Hay alguien que desistió por los costos de los tratamientos, hay alguien que uso los óvulos de otra mujer.
Finalmente es a través de la sabiduría de un colectivo ancestral de mujeres que te das cuenta de que traer un hijo al mundo es un proceso de conocerse y de conocer la biología maravillosa de la maternidad. Es aprender finalmente a tus 39 como calcular esos días del mes en que eres fértil, es volverse una científica de la reproducción y admirar los ritmos del cuerpo de una mujer. Es también que te den progesterona (una hormona que ayuda con el embarazo) y se te infle la panza, es que te den clomid que causa la superovulación, es decir que ovules más de un ovocito lo cual aumenta las posibilidades de fecundación. Y es también que se alteren tanto las hormonas que quieras matar a tu pareja porque no sacó la basura. Es tener la ilusión un mes tras otro de que funcione y odiar la mancha roja que te anuncia que no funcionó.
Es entender que la menstruación no es odiosa, tiene claves sobre tu salud, que no hay una sola manera de tener hijos sino docenas de opciones posibles. Y es también darse cuenta de que el cuerpo es una casa donde vive nuestro ser más íntimo y hay que cuidarlo con cariño y paciencia para crear un nuevo hogar en todos los sentidos. El cuerpo es sabio, tanto si nos dice que sí, como si nos dice que no.
Yo por eso decidí dejar las hormonas que me hicieron vivir una montaña rusa, y buscar opciones naturales como el tratamiento con acupuntura. Ese fue mi camino, pero no es el único, ni el mejor. Espero compartirles un poco más de este proceso que para mí es una especie de metamorfosis. Y lo hago en español, porque siento que nos hace falta hablar más de estas cosas en español. Respirar y sacar la voz, dijera la cantautora chilena Ana Tijoux. Respirar y sacar la voz.
Valeria Fernández es una periodista independiente oriunda del mar de Uruguay, pero radicada en el desierto de Arizona desde hace 20 años. Para ella el periodismo es una forma de dedicarse a vivir.