La última fotografía de Óscar y Valeria no cuelga en la pared de la sala en una casa en El Salvador. Es demasiado cruda. No muestra sus rostros, pero señala con descaro sus espaldas rígidas. Ella, así pequeñita como cualquier niña de dos años, tiene sus manitas sobre los hombros de su papá: Un último abrazo, ahora eterno. Sus cuerpos no se mueven, sus pechos no se contraen, sus piernas no pelean contra la corriente… solo flotan varados en la orilla del río Bravo. Los mató la corriente y la desesperación.
Tania Vanessa se convirtió en viuda y madre con brazos vacíos en cuestión de minutos. Los suyos no lograron atravesar un cauce mortal que a ella le cedió el pase, como si quisiera que se quedara viva para que atestiguara cómo el agua se llevaba lo que más amaba. Pareciera que el destino decidía castigarla burlándose de ella y sus esperanzas… de la necesidad.
En la frontera no solo se mueren los sueños, se descomponen los cuerpos, se entierran huesos, se acaban vidas… algunas con violencia, como Óscar y Valeria, y otras, con la culpa y una soledad impuesta por el luto, como Tania y sus fantasmas. Son –fueron- una familia mártir de sistemas obsoletos de inmigración, de corrupción gubernamental e indiferencia social. La imagen grita lo que las palabras no pueden expresar. No hay discurso que logre desmentir a la muerte.
Mientras esa familia descubría la pesadilla americana, la materialización de todo lo malo que les dijeron que podía pasar, Estados Unidos debatía una amenaza de redadas lanzada por las redes sociales. Un tuit, no hizo falta más. Amenazas sin sustento; una persecución psicológica para ganar la reelección. Lo mismo que el muro y los aranceles. Paja política. Barullo. Desvío de atención. Estrategia electoral. Ola de pánico. Redadas imaginarias.
Es irresponsable hablar del fenómeno migratorio tan a la ligera. La frontera no es un mero estandarte de campaña. Migrar es algo complejo. En el río y en el desierto no desfilan los trajes de diseñador ni los copetes rubios decolorados. Nada es blanco y negro. Los matices se convierten en contrastes de un instante a otro; es una lucha por sobrevivencia.
La complexidad del desplazamiento humano es tal que ningún gobierno alcanza a comprenderla. No se trata solo de cerrar fronteras, construir muros, secuestrar el comercio, intimidar a socios, ganar elecciones o anunciar redadas. No, la migración no es un asunto político, sino humanitario; en realidad es un derecho entorpecido por sistemas legales proteccionistas y elitistas.
Si Óscar, Tania y su pequeña Valeria hubieran tenido una vida digna en El Salvador, quizá jamás se hubieran atrevido a agarrar norte; si en el camino se les hubieran abierto las puertas, quizá no hubieran seguido avanzando; si cuando llegaron a la frontera hubieran tenido la oportunidad de cruzar por la vía legal, quizá no habrían cruzado el río. Si hubieran esperado a un asilo, quizá estarían vivos. Si hubieran llegado bien a Estados Unidos, quizá temerían por las redadas. Si los hubieran detenido y deportado, quizá no quisieran volver. Si se hubieran quedado y triunfado, quizá los mataría la nostalgia.
Si hubieran.
Si hubieran.
Si hubieran.
Pero no. La vida real no se alimenta de supuestos; la política sí es una glotona de especulaciones, tiene gula de drama y tragedia.
Los hubiera no consuelan, calan. Los hubiera son tan crueles como la muerte. Los hubiera no devuelven vidas. Los hubiera son la cruz de cada migrante.
Maritza L. Félix es una periodista, productora y escritora independiente galardonada con múltiples premios por sus trabajos de investigación periodística para prensa y televisión en México, Estados Unidos y Europa.