Maritza L. Félix

Periodista

@MaritzaLFélix

maritzalizethfelix@gmail.com

¿A las cuántas lágrimas se le compone a uno el corazón? Era una de esas preguntas que uno se hace en voz alta esperando una respuesta que no llegará. Todos callamos. La escuchamos tragarse el llanto, mientras se trenzaba el cabello. Se frotaba las manos nerviosa, como si con los dedos pudiera contener lo que estaba a punto de desbordarse por los ojos. Era reservada, pero amable. Se escudaba en el silencio, en las palabras de los otros… pero su mirada hablaba del dolor que no contaba con los labios. Sí, ella también tenía, tiene y tendrá miedo; sí, así, con todos los tiempos.

Era la primera vez que hablaban de lo que pasó ese junio de 2018. En casa nadie habla de nada. Dejó que fuera su esposo quien lo contara: escaparon de las amenazas en Guatemala, atravesaron México y se entregaron en la frontera de Estados Unidos. Ahí comenzó la crucifixión que le sigue al calvario. Él, que siempre ha dicho que los hombres no deben llorar, se acurrucó en posición fetal cuando le dijeron que no volvería a ver a su hijo. ¡Lo perdí, lo perdí!, ¡me lo arrebataron!

Los recuerdos montoneros explotaron, así, sin filtro, con todo el dolor y la culpa que se puede acumular en un año. Él se desplomó, ella se endureció y los niños dejaron que el rostro delatara las heridas que aun los desangran por dentro. La frontera los curtió, pero la distancia los marcó.

Esta es la historia de una familia guatemalteca que fue separada en la frontera; como ella, unas 900 más han sido forzadas a dejar a los suyos a pesar de que un juez estadounidense prohibió que los niños fueran arrebatados de sus padres al tocar territorio norteamericano. Pero el papel y la vida real son tan diferentes.  La “cero tolerancia” no ha terminado; la discreción es mas fuerte que los lazos familiares.

La Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU, por sus siglas en inglés) interpuso una demanda en California para frenar de una vez por todas las separaciones ilegales de migrantes. La familia Valenzuela no lo sabía, para ellos el daño está hecho; pero hay otros que podrían salvarse de ese suplicio que se manifiesta en pesadillas y abrazos de consolación. Si tan solo pudieran evitar que otro niño pasara lo que vivió el suyo… quizá.

Y es que es muy diferente ver el fenómeno migratorio a través de gobiernos y leyes, de padres con sueños americanos o abogados luchando por los derechos, que a través de los ojos de un niño. Esos pierden la inocencia; el camino les arrebata las ilusiones, pero la frontera los mata por dentro. La separación de familias es una cruz que se llevará por generaciones. Esos niños migrantes no olvidan; los hijos estadounidenses de los arrestados en las redadas, tampoco. Están creciendo con resentimiento social, con un odio inculcado por la sociedad. Estas son las secuelas ocultas.

Maritza L. Félix es una periodista, productora y escritora independiente galardonada con múltiples premios por sus trabajos de investigación periodística para prensa y televisión en México, Estados Unidos y Europa.