ARIZONA – Los migrantes centroamericanos parecieran no tener nombre ni rostro en Estados Unidos; tampoco representan ya un número. El gobierno los ha apretujado hasta convertirlos en una bola homogénea muy parecida a una pelota, sí, un balón político que se desplaza de un lado a otro del sistema judicial sin tregua ni remordimiento.
Pareciera que las fuerzas políticas se turnaran para cantar victoria. Un día es “¡viva Trump!”, y al siguiente, “le hemos ganado”. Órdenes ejecutivas, cambios en políticas nacionales, remiendos en leyes migratorias, corte tras corte, una apelación y luego otra. Unas las gana la administración del presidente y otras las organizaciones civiles de derechos humanos… pero en medio, pateada y siempre en el aire, se queda la población migrante. Ellos no ven ni de lejos el triunfo.
Por ejemplo, esta semana, en menos de 48 horas hubo gloria y desconsuelo para los solicitantes de asilo en Estados Unidos. Primero, el lunes, un juez de la Corte de Apelaciones del Noveno Distrito bloqueó las intenciones de Trump de limitar drásticamente el flujo de refugiados. El magistrado dio una orden en la que indicó que no se podía negar una solicitud solo por que la persona haya pisado un tercer país en su camino a la Unión Americana y obligaba al gobierno a procesar las peticiones en los cuatro estados fronterizos.
Sin embargo, ese “triunfo” duró poco. El martes por la noche, otro juez de California revertió esta decisión al establecer que el gobierno federal puede poner en marcha las restricciones para solicitar asilo que anunció la administración a principios de verano.
Esto quiere decir que los migrantes que han residido o atravesado otro país que no sea el suyo antes de llegar a Estados Unidos, no podrán ser elegibles para este beneficio migratorio. Por ejemplo, si la familia de Guatemala cruza a México para poder llegar a la frontera, el hecho de haber pisado siquiera el “país azteca”, la descalifica.
Pero se complica aún más el proceso. Como ya se había interpuesto una demanda en contra de estas restricciones en el proceso de asilo, Arizona y California pueden proceder como antes a las solicitudes de asilo mientras la querella continúe en corte; sin embargo, Texas y Nuevo México tienen que acatar las prohibiciones interpuestas por el gobierno federal. Esto crea otra frontera dentro de la misma frontera. Aquí sí, pero allá no. Dos políticas distintas del mismo lado del muro.
Así, la mayoría de los migrantes centroamericanos quedan descartados antes de pisar siquiera el puerto de entrada y son obligados a volver a sus países, quizá por la misma ruta por la que escaparon. Y los que lograron entrar a Estados Unidos tampoco se salvan. Muchos son enviados a México a esperar la resolución de sus casos, que en el mejor de los escenarios puede tardar un par de meses y, en el peor, se les puede ir la vida esperando… si sobreviven.
Sea como sea el paso, en este campo de futbol político poco importan las porterías; pareciera que el mérito sería mantener siempre a los migrantes en el aire, fuera de la cancha, sin que el balón toque piso y mucho menos eche raíces. No ha sido tan difícil. La pelota cada vez es más pequeña: en agosto el cruce de migrantes disminuyó drásticamente y las peticiones de asilo bajaron; las garitas ya no están a rebosar de centroamericanos y las cortes, de por sí ya saturadas, ven menos casos. Pero esto no significa que se haya acabado el partido, lo que pasa es que está cambiando de cancha. A México le han tirado el balón y aunque quizá no es considerado un tercer país seguro, es árbitro, portero y goleador.
Maritza L. Félix es una periodista, productora y escritora independiente galardonada con múltiples premios por sus trabajos de investigación periodística para prensa y televisión en México, Estados Unidos y Europa.