Salvador Reza

Phoenix, Aztlán

srza@aol.com

602.446.9928

(Donde vive el espíritu de la verdad)

Hay un video en Facebook de un osito luchando por subir una montaña nevada y empinada. La Mama Oso lo espera arriba mientras el osito se resbala una, dos, tres, cuatro veces y cuando está por llegar a la cumbre se resbala otra vez hasta abajo. Sin embargo lucha y lucha hasta que finalmente llega hasta la cima y corre feliz al lograr llegar con su Mamá.

La tenacidad en la naturaleza es la que nos ha seleccionado a través de miles de años a persistir a pesar de las barreras que aparecen en nuestro camino; es la que nos ha formado para aguantar desde desiertos áridos, hasta climas árticos, en migraciones constantes desde que uno en millones de espermatozoides penetra el ovulo materno en donde se desarrollara el feto hasta pasar por todas las etapas de la evolución para surgir a los 9 meses en una espécimen humana que sigue en la siguiente etapa de lucha individual y colectiva en la vida como individuo, como familia, como clan, como calpulli, como nación, como raza humana en constante lucha por armonizarse con los elementos para luego reintegrarse en agua, fuego, aire, y tierra una y otra vez en ciclos solares como el vaivén de la rotación de la tierra alrededor del sol y el sol alrededor de la misma galaxia a la que pertenecemos.

Nuestra memoria ancestral, Tezcatlipoca, (espejo humeante) lleva en nuestro ADN la memoria del fuego que nos alumbra, nos calienta en el frío o nos quema con destrucción arrolladora como es el caso de la Selva Amazona que arde fuera de control por la ineptitud incomprendida del ser enajenado de su propia existencia. Allí, los arboles, piden en sus ardientes crujidos que los ayudemos, sin embargo, nos hemos quedado ciegos con el relumbrar del oro y la plata que nos nublan la visión y nos ofuscan el cerebro; destruimos lo que nos da vida y desenterramos lo que nos dará la muerte.

Sin embargo sobrevivimos desde el diluvio, hasta la invasión inquisidora europea, el intento de genocidio español, inglés, y los diferentes poderes europeos que se disputaban nuestra identidad de animales, seres civilizados indignos de cristianizarse o seres humanos que podían ser cultivados en la religión. Francamente yo me identifico con los animales, como dice la canción de Roberto Carlos,  “quisiera ser civilizado como los animales”.  Y es allí donde, el osito que lucha contra la montaña nevada para alcanzar a la mama nos da una lección, nosotros seguiremos luchando cruzando montañas sociales, ríos de odio, mares de desprecio, y huracanes de ignorancia, hasta llegar a la conciencia de nuestro verdadero Ser. Un ser terrenal, ni mejor ni peor que el resto de la creación. Un ser con polvo de estrellas y la luz del sol en el brillar de los ojos, un ser con el soplido del viento en los pulmones y la marea del mar en cada luna llena, un ser mortal y a la misma vez eterno.

Un ser que puede llegar a lo sublime y remontarse como las águilas o arrastrarse entre la maleza como las serpientes; los seres humanos somos los únicos que podemos espiritualmente transformarnos de serpientes y correr como venados subiendo a los niveles mas altos del cóndor y el águila; todo está dentro de nosotros si logramos liberarlo de doctrinas enajenadas que nos separan de nuestro verdadero ser natural.