Salvador Reza

Phoenix, Aztlán

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(Donde vive el espíritu de la verdad)

Miles huyen de las llamas en California, cientos de miles de Californianos se quedan sin electricidad. Lo único que los alumbran son las llamaradas en las montañas con vientos arremolinados a 80 millas por hora soplando a la hoguera que consume en segundos, años, vidas, de desarrollo capitalista, en un abrir y cerrar de ojos.

Eso de querer vivir entre los pinos es un instinto ancestral que llama a los cavernarios del asfalto a buscar refugio en sus casas millonarias, en un bosque acogedor, donde los inviernos de nostalgia los llenan de nieve alrededor de una chimenea con troncos comprados en un Home Depot o en una tienda de abarrotes.

Mientras tanto, toman su vino rojo de las uvas de los campos migrantes, donde no alcanza el trabajador ni para un techo en los valles de San Diego, o Santa Bárbara, o el Valle Imperial; entre Imperios y Santos, la Madre Tierra y el fuego siguen su Danza milenaria de rayos y centellas, fertilizando bosques y quemando obstrucciones para que vuelvan a crecer las hierbas sagradas.

“Víbora, Víbora, de la mar, por aquí pueden pasar, los de adelante corren mucho y los de atrás se quedarán. Que pase el rey que ha de pasar, que el hijo del pobre se ha de quedar. La casita se quebró la mandaron componer con cáscaras de huevo y de nuez. Campanita de oro déjame pasar con todos mis hijos menos el de atrás, tras, tras, tras, que se quede el de atrás”. Verso de Víbora de la Mar.

Y la campanita sonaba y sonaba y nadie la escuchaba, y es que el oro entorpece, ciega, enmudece, y ensordece; no alcanzamos a escuchar el clamor de la venas de oro y plata que rugen por dentro de nuestra Madre la Tierra, no alcanzamos a escuchar que la estamos desangrando y que ya se le esta acabando la leche de vida que nos amamanta a todos sus hij@s de todas las especies terrestres que aun vivimos sobre el manto natural que nos nutre de vida.

Se esta ahogando y en su desesperación sopla vientos que nos queman, para luego apagarlos con tormentas y ventarrones de nieve que nos congelan o destruyen nuestro comfort artificial.

Ya no sabemos vivir sin luz artificial, ya no sabemos sobrevivir en la montaña a la luz de la luna y aguantando el intemperie alrededor de una fogata que nos calienta en lugar de calentamiento central que nos mantienen a una temperatura perfecta de 75 grados.

No sabemos compartir con el búfalo, el lobo, el oso, el caribou, el reno, el alce; ya no sabemos que hacer sin la cruz roja o un ejército que viene a rescatarnos de las llamas o la tormenta, o el huracán.

Ya no sabemos ni quienes somos, ni para que vivimos, pero nos creemos omnipotentes frente al televisor viendo al Presidente de la Nación que se les ponga declarando salvación mientras arde la selva, y las multitudes se arremolinan en las calles quemando llantas, autos, negocios.

Ya no sabemos que hacer cuando el Cartel se enfrenta a los ejércitos y despachan los guachos sin armamento y sin botín; estamos en un mundo virtual desvirtuado de todo valor verdadero de lo que en verdad somos, hijos de la Madre Tierra huérfanos de sabiduría, hambrientos de espiritualidad.

Para mí, es tiempo de conectarnos con el fuego de la vida o morir con el fuego purificador de la destrucción que estamos causando a nuestra propia existencia. El próximo año honramos el fuego corriendo con las Jornadas de Paz y Dignidad: Lo invitamos, llame al 602 446 9928